17 de Marzo de 1967. Lindon B. Johnson preparaba la Refunds Act para enviar nuevos reclutas a Vietnam; los estudiantes de la universidad de Berkley organizaban altercados en protesta contra la guerra; los que iban a ser mis padres planeaban su boda, y el cuarto batallón de la 5º división de los EEUU tomaba el pueblo de Hie, en el centro de Vietnam.
Muchos de ellos habían caído en emboscadas del Vietcong, y la mañana anterior habían encontrado a dos compañeros atados y quemados vivos en las afueras. Entraron como una furia en el pueblo y sacaron de los pelos a los civiles de sus casas. Les preguntaban dónde estaba el Vietcong mientras les llovían patadas y culatazos. Mataron a los hombres jóvenes delante de sus familias entre gritos de desesperación.
La pequeña Tiang huyó corriendo junto a una amiga, pero unos soldados negros como el tizón y ciegos de marihuana las cogieron. Mientras era violada, su amiga le dio un puñetazo al soldado y este le introdujo la pistola por la boca y disparó. Tiang se quedó petrificada, sorda y muda. Su memoria se cerró a partir de ese instante, una sensación de pánico bloqueó cualquier recuerdo, pero ya nunca volvió a ser la misma.
A los ocho meses dio luz a un bebé oscuro como el café en el túnel en el que se escondían de los bombardeos de napalm. No le fue fácil sobrevivir, conseguir agua y alimentos entre las bombas y la amenaza de los soldados. Menos ahora con su bebé, al que quiso con locura a pesar del terrorífico día que le evocaba; aquel en que los dos soldados la forzaron. Ella nunca lo supo, pero apenas dos días después ambos murieron tiroteados en la jungla, y sus cadáveres jamás fueron enterrados.
Seis meses después, mientras iba a buscar agua Tiang recibió el fogonazo de una explosión de napalm y murió. Allí quedaron sus recuerdos, sus miedos nocturnos y su amor por su pequeño. Una señora mayor del poblado se hizo cargo del bebé junto con otros niños huérfanos y con ella creció como pudo.
Cuando el niño tenía tres años y ya las bombas habían cesado, unos occidentales muy amables llegaron al pueblo y le ofrecieron tomar al niño en adopción. Poco después el niño volaba hacia Suiza, donde conoció a sus nuevos padres, un matrimonio formado por una suiza y un cubano, y también conoció unos lujos y cuidados que nunca hubiera podido imaginar.
Isaac, que así le llamaron, hijo de Asia, de América, de educación europea y orígenes africanos; era un niño guapísimo, con ojos y rasgos asiáticos pero color y garbo morenos; cuerpo atlético, zancada larga y ligera, simpatía natural y una muy despierta inteligencia. Las chicas le adoraban y la vida resultaba fácil entre las montañas de los Alpes y sus largos inviernos nevados.
Muy jovencito empezó a trabajar como discjockey en una gran discoteca y tuvo gran éxito. Sexo, drogas y rock&roll. Todo iba bien.
Hasta que un día, con 30 years old, sin saber por qué empezó a tener ataques de pánico. Se escondía bajo las escaleras y no era capaz de salir. Estaba aterrorizado. Le sobrevino un fuerte asma y alergias junto a otros problemas médicos. Abandonó a sus amigos de fiestas, tuvo que dejar de trabajar y pasó varios años de oscura depresión. El psiquiatra dictaminó que el subconsciente había aflorado con toda la fuerza de unos recuerdos que no recordaba. Le dieron una pensión.
En sus años de encierro se dedicó a leer filosofía; Kant, Nietzsche, Herman Hesse…
Hace cinco años, harto de su estado decidió salir a caminar con todo lo necesario para vivir independientemente en su mochila. Desde Suiza y con su paso atlético llegó a Finisterre caminando y durmiendo en su tienda de campaña. Al poco tiempo sus problemas médicos desaparecieron, se encontró cada vez más fuerte y seguro de si mismo. Disfrutaba de ver salir el sol cada mañana mientras iniciaba su caminata, salvaba la vida de babosas y caracoles apartándolos del camino para evitar que fueran pisados y dormía en los albergues de peregrinos o acampaba entre los árboles al caer la noche.
Desde entonces todos los años pasa varios meses caminando, en todo momento dicharachero y contento de hablar con quien se encuentre y siempre dispuesto a montar una buena fiesta cuando surge la ocasión.
Isaac, ha sido una gran fortuna encontrarte en mi Camino de Santiago y ha sido mucho lo que he aprendido de ti.
3 comments
Cobisforo
16 June, 2015 at 22:20 (UTC 1) Link to this comment
La historia es buena de por sí, pero además la has explicado con muy buen pulso. Mi aplauso es para ti.
Nikitanione
17 June, 2015 at 8:58 (UTC 1) Link to this comment
Una historia estupenda, lo que nunca imaginé es que te la hubiera contado el propio Isaac. Gracias por compartirla con nosotros.
Mariapi
18 June, 2015 at 21:04 (UTC 1) Link to this comment
Me ha encantado. Muy buena historia. Y aún mejor escrita. Nuestra niñez nos marca.